sábado, 25 de febrero de 2012

Prólogo

Aquí empezamos el blog de recuerdos compartidos. Y para que no se diga empezaré yo.
Es septiembre de 1996. Tienes 18 años. Estás en la playa. Está anocheciendo. Juegas al fútbol con tus amigos. Sientes la arena en tus pies. Corres, saltas, sudas. Cada músculo de tu cuerpo responde inmediatamente a tus deseos. Sientes la brisa. Tu pie izquierdo toca el balón. Tus dedos se cuelan entre la arena y la pelota, que se eleva hasta la altura de tu pecho. La golpeas antes de que vuelva a tocar arena, echas a correr. Plenitud. Ries, gritas. Te lanzas al suelo persiguiendo el balón. Te levantas rapidamente. La arena se adhiere a tu cuerpo. Vuelves a correr. Sin saber por qué miras al mar. Te paras. Escuchas el mar. Te llama. Tu pantalón y tu canzoncillo caen al suelo. Echas a correr. El agua en tus pies, en tus piernas, en tu pecho. Te sumerges. Nadas, te dejas flotar. Ríes. Miras hacia la playa. Solo uno de tus amigos te imita. Casi ha anochecido. El resto te miran, unos divertidos, otros extrañados. Puede parecer estúpido o tópico pero te sientes libre. Te sientes feliz. Te sientes completo. Estás solo y al mismo tiempo no estás solo. A través del agua tocas toda el agua del mundo. Tocas toda la Tierra. Sientes toda la Tierra. Ha anochecido. Sientes la noche. No puedes parar de sonreír. Sigues flotando.