martes, 17 de noviembre de 2015

Montañas rusas


Es Septiembre, el verano casi ha terminado, pero la temperatura es perfecta. Es la primera vez que vas a la Warner. Vas con tus padres, tu hermano, tu tía y su novio. Aún no habéis entrado y tu hermano y tú ya estáis dando saltos, eufóricos, queréis montar en todo. Los coches de choque son la primera atracción que probáis, a tu hermano le encantan pero ha tenido la mala suerte de no poder pasar debido a su baja altura. Cuando termina la atracción, salís y os vais a otra, de esas que ahora piensas que son una chorrada, pero que antes te parecían todo un reto.
Después de montar en varias atracciones llega la hora de comer. Te terminas tu plato y les pides a tus padres un helado de chocolate de postre, y aunque te lo compran a regañadientes, finalmente puedes disfrutar de tu postre.
Dais una vuelta por el parque temático para asentar la comida y luego vais a la montaña rusa. A la de Tom & Jerry claro. Y aunque sea para niños pequeños, a ti no te convence mucho. Pero después de estar esperando tanta cola, decides subir. Ya dentro de la atracción, tu corazón se acelera un poco y cuando arranca, sueltas un pequeño grito, por lo que tu hermano se ríe y tú le miras con odio.

Gritabas más que nadie, estás segura, bastaba con ver las fotos para asegurarlo. Tu cara esta pálida y en la foto reflejaba pánico, pero te ríes porque te hace gracia lo mal que sales mientras los demás posaban con un intento de sonrisa ante la cámara. Y aunque te haga gracia la foto, prometes no volver a subirte en una montaña rusa nunca más, aún sabiendo que con el tiempo romperías esa promesa. 

Después de un día agotador

Después de un día agotador en el instituto, entre exámenes y deberes, lo único que deseas es por fin poder dormir un buen rato. Cenas, te despides cariñosamente de tu familia y vas directo a la cama. Una vez dentro, totalmente tapado y calentito, te duermes casi al instante.
Estás descansando plácidamente y de repente te despiertas. No sabes donde estás, es un sitio extraño. No lo conoces para nada, es un bosque. Es de noche y está oscuro. Te empiezas a poner muy nervioso, necesitas volver a dormir y tienes mucho frío. Intentas correr, pero no puedes mover ni un músculo. Te agobias cada vez más. Ves a lo lejos una sombra observándote. Algún animal piensas, pero te equivocas. ¿Cada vez se acerca más? No piensas. También te equivocas. Te concentras todo que puedes en correr, en hacer que tus piernas respondan a tus órdenes, pero nada. Solo escuchas el latido de tu corazón que cada vez va más rápido. Gritas, con todas tus fuerzas, pero nada. La sombra sigue ahí, arrimándose cada vez más. Ya solo puedes esperar, pero no te rindes. Ya es demasiado tarde, está muy cerca de ti. Cierras los ojos. Oyes su respiración en tu espalda. Te niegas a darte la vuelta, pero lo haces. Lo ves, y gritas aún más fuerte que antes.
Estás en tu cama, sudoroso y con el corazón latiendo lo más rápido que puede. Menos mal, era solo una pesadilla, piensas. Te vuelves a tumbar y estás dispuesto a dormirte de nuevo. Espera, ¿y esa sombra?       


Yaiza Achutegui Moreno                                   

Se acaba el colegio

Se acaba el colegio y tu estas deseando llegar a casa para hacer las maletas. Al dia siguiente te vas a Colombia con tus padres y tu hermana. Llegas a casa, sueltas la mochila y corres a tu habitación, y allí ves a tu madre con una sonrisa y te dice:'¿Te quieres llevar este vestido?'.Con una sonrisa, le das un abrazo y la susurras al oído que si, que te quieres llevar ese vestido. Terminas la maleta ya bastante tarde y estas cansada, pero ilusionada a la vez. Cenas, y tu madre te dice que te vayas ya a dormir, que mañana sería un día bastante largo. Te pones el pijama y te acuestas, intentas dormir, pero es imposible. Te imaginas como serán tus primos, tus tíos, incluso tu hermano, al que no conoces. Piensas que ya era hora de ir al país en el que naciste, aquel que llevas 9 años sin ir. Sin darte cuenta te duermes... Son las 4 de la mañana y te levantas de una salto a levantar a tus padres, que están un poco dormidos aún.Te cepillas los dientes mientras escuchas a tu hermana llorar por haber madrugado tanto. Sin darte cuenta, ya estas en el coche rumbo a el aeropuerto, a las mejores vacaciones de tu vida.

Era verano

Era verano, te ibas de viaje a los Estados Unidos con tu familia y tenías tan sólo 5 años. Estuviste en Atlanta 2 semanas, y el antepenúltimo día, tu tía quería llevarte a la piscina. Te preguntó si sabías nadar, le mentiste y dijiste que sí. Se hizo de noche y os llevaron a la piscina, que no estaba muy lejos de su casa. 
Cuando llegasteis, no había nadie más que tu tía, sus hijos, tu madre, tus hermano y tú; estabais solos, sin ningún socorrista. Te sentaste en el borde de la piscina y metiste tus piernas en el agua mientras observabas cómo nadaba tu primo. Después de unos minutos, tu hermano quería hacer pis, y tu madre le llevó al baño. También les siguieron tus tíos y tu prima. 
Sólo estabais tú y tu primo fuera, pero, él estaba dentro del agua. Te aburrías y decidiste saltar. Empezaste a mover los pies en el agua intentando nadar, pero, no sabías cómo hacerlo. Tu primo estaba a lo suyo mientras luchabas con todas tus fuerzas para intentar salir, pero, no podías. Salieron tus tíos del baño, y vieron tu pequeña mano pidiendo socorro. Ellos no sabían nadar, pero tu tía fue tan valiente que te rescató. 
Habías tragado mucha agua. Sentías que no podías respirar y que te ibas a morir al instante. Te tumbó en el suelo. Escupiste el agua que te habías tragado. Empezaste a reír y a llorar de alegría. Tu madre salió del baño con tu hermano y preguntaron qué había pasado. Tus tíos se lo explicaron y se rió, y ahí acabó tu visita en Atlanta.

Era viernes

Era viernes, y como todos los viernes quedaste con tus amigos, hacía un poco de frío pero no demasiado, tu mejor amiga, Pe, y tú ibais hacia su casa, de camino encontrasteis tres pequeños gatitos con su madre, estaban en la calle y eran preciosos, tuvisteis una gran idea: adoptar un gatito.
Envolviste uno de los pequeños en la bufanda de Pe y os dirigisteis  al supermercado que estaba cerca de su casa, te quedaste fuera con el gato cogido como un bebé mientras ella entraba a comprar comida de gato.
Cuando llegasteis a su casa su madre abrió la puerta y tu subiste corriendo a la habitación de Pe.
Reto conseguido , habíais colado el gato en su casa sin que su madre se diera cuenta.
Pasasteis la noche cuidando del gato y jugando con el.
Al dia siguiente le sacasteis al patio y actuasteis como si lo acabarais de encontrar para que su madre no descubriese que habiais tenido al gato toda la noche.
Más tarde lo llevasteis de vuelta con su madre donde lo habiais encontrado.

Y ese dia nunca se te olvidará porque fue una gran aventura con tu mejor amiga.

¡Qué frío!

¡Qué frío! Te temblaban hasta los dedos de los pies, casi ni sentías las manos. Mirabas a tu alrededor; todo eran risas y felicidad, no sabías dónde ibais y, sinceramente, tampoco te importaba. De pronto una repentina lluvia os empapó, tus amigos echaron a correr y tú fuiste detrás. Entonces, uno de ellos te esperó; cuando lograste alcanzarle, agarraste su brazo sin parar de correr bajo esa lluvia, que cada vez caía con más fuerza. De repente, la poca sensibilidad de tus congeladas manos notó como otra mano, igual de fría, entrelazaba sus dedos con los tuyos. En ese momento desapareció el frío, el cansancio, hasta la lluvia pareció cesar por un momento solo para dejar al cielo ver como le mirabas. 

Era verano

Era verano, tenías  9 años, era por la tarde y decidiste ir a dar un paseo en bicicleta con tu hermano, ibas en pantalones cortos porque hacía calor, había una rampa larguísima de arena y tuviste la brillante idea de competir con tu hermano para ver quien llegaba antes al final, tu hermano te adelantó y cada vez estaba más lejos, te pusiste nervioso y empezaste a acelerar, ibas realmente rápido, tan rápido que perdiste el control de tu bicicleta, tropezaste con una piedra y saliste disparado por encima del manillar, caíste y avanzaste varios metros por la velocidad haciéndote heridas con las piedras del suelo, te levantaste, tu pierna sangraba mucho por una raja en la rodilla y  las palmas de tus manos habían perdido la piel, te dolía mucho y te fuiste a tu casa, y lloraste, mucho

Era un domingo soleado

Era un domingo soleado, un domingo más, pero no para ti. Tú tenías partido como casi  todos los domingos pero el de ese día no era un partido normal para ti, tú jugabas contra un buen amigo tuyo que jugaba en el Griñón y además eran los primeros con poca diferencia sobre vosotros. Antes de que empezara el partido saludaste a tu amigo y le deseaste suerte. Había mucha expectación pero no te intimidaste ni te pusiste nervioso. El partido estuvo nivelado con poca diferencia de puntos .En los últimos instantes te hicieron una falta al arroyarte ,lo cual supuso dos tiros libres. Ibais perdiendo de uno, lo que significaba que si encestabas los dos tiros saldríais victoriosos y campeones del campeonato. En ese momento estabas muy nervioso debido a la presión, pero confiaste en ti y el primero entro, en el segundo estabas más nervioso aun pero cerraste los ojos y tiraste con la suerte de que entro, el “estadio” se vino arriba y os llevasteis el campeonato.

Una segunda oportunidad


Estas allí, en una cama tumbada, vagamente recuerdas que te diste un golpe en la cabeza. Abres los ojos, y ves a tus padres mirándote, con una sonrisa enorme, pero también ves a una mujer que no consigues reconocer. Entonces empiezas a preguntar todo lo que te viene a la cabeza. Te quieres dormir, y mientras lo haces escuchas voces de fondo que dicen cosas que no entiendes, pero te da igual, tú solo quieres dormir. Lo consigues. Te vuelves a despertar al rato, pero ahora estás en tu casa, en la habitación donde has pasado todas tus noches, pero no consigues recordar lo que ha pasado, así que preguntas repetidamente lo mismo. Te empiezan a hablar y tu intentas escuchar la historia como si fuera un cuento de hadas. Estabas jugando en el patio, te caiste y no te movías. Al fin recuerdas todo, recuerdas que estabas feliz, recuerdas que por un simple y torpe movimiento caiste al suelo. Quieres pensar que nada ha pasado, pero no puedes. Un sentimiento conocido pero a la vez de mal gusto se apodera de tu cuerpo, tienes miedo. No quieres creer que en un solo segundo podias haber dejado de vivir, que por culpa de un mal movimiento podias haber dejado todo lo que te hace feliz. Rompes a llorar, y tus padres te abrazan lo mas fuerte que pueden para que te sientas seguro, y poco a poco lo vas haciendo. Consigues olvidarlo por un tiempo, lo justo oara disfrutar de aquel abrazo. Entonces te das cuenta de que tienes que estar feliz, porque la vida te está dando una nueva oportunidad. Así que decides no malgastarla y dejar atrás aquella horrible situación que ya es un mero recuerdo del pasado. Eres feliz, y disfrutas todo lo que haces, porque lo puedes hacer.

Esas promesas ...



Una mañana de invierno , te levantas con muchas ganas , deseas con muchas ganas empezar una nueva etapa de tu vida , el colegio , llegas a la puerta , esta cerrada , no conoces a nadie , te sientes nerviosa , no sabes que hacer ni con quien hablar , hasta que sale tu profesora y te explica cual va a ser tu clase y tus compañeros , en ese momento llegas a la clase , te sientas y todo el mundo te mira , nadie se conoce , te parecen muy callados , pero a la vez muy simpáticos , un niño te dice “hola , como te llamas ? ” te sientes confusa , no sabes si responder o no , por una parte quieres responder para parecer les una niña sin miedo a hablar y simpática , contestas como te llamas y le preguntas como se llama , él te devuelve la pregunta diciéndote su nombre y preguntándote que si te gustaría ser su amiga, tu le contestas con un “SI , claro que quiero” y tu en mientras no paras de pensar en una única cosa , solo piensas en lo fácil que va a ser hacer amigos . Ese mismo día conoces a varios de tus compañeros y te haces muy amiga de todos ellos , con unos te llevas mejor que con otros pero todos te caen igual de bien , el primer día y ya tienes a un montón de amigos/as . Tienes solamente 3 añitos al igual que los demás y ya crees que solo estarán esos amigos , y que siempre se quedaran esas promesas de : nunca nos vamos separar , estaremos siempre juntas , amigas para siempre y ahora que estas en otra etapa de tu vida como es la del instituto , te acuerdas de eso y sigues estando con tus amigos y amigas a las que les prometiste que nunca te separarías de ellas y ahí sigues con ellas y esperas que siga siendo así.


Libertad


Estabas asustada, mucho. Te temblaban las manos. Tenías miedo de caerte. Empezaste a llorar. No te podías sentir más alto. Acariciaste a ese gran animal, y te calmaste un poco. Empezó a andar, y sentías mariposas en el estómago. Cada vez andaba más rápido. Sujetaste fuerte las riendas y cerraste los ojos. Te sentías libre, como si volases. Seguías teniendo miedo. Parecía que estabas en la montaña más grande del mundo. ¿Y si te caías? ¿Qué pasaría? No querías ni pensarlo. Miras a tu madre, para tranquilizarte. Ves que saca la cámara de fotos y te hace una foto a lomos de ese gran caballo color chocolate. «No te sueltes» escuchaste decir a alguien desde abajo. Pero no querías mirar, si no el vértigo sería terrible. A pesar de todo, te lo estabas pasando genial. Sabías que era algo que no ibas a hacer muy a menudo, por tanto tenías que disfrutar. Pusiste la espalda recta, agarraste bien las riendas y las agitaste un poco. El caballo empezó a trotar un poco más rápido. Y ahí es cuando te diste cuenta de que el miedo ya se había ido. Fue una sensación única.

¿Te acuerdas de...


¿Te acuerdas de la primera vez que se fue tu papá? Empezó a ausentarse mucho y te decían que durante una temporada no ibas a verle porque tenía que trabajar y llegaría muy tarde y tu, como, como eras muy inocente, te lo creíste. Pasaron los días y tu papa no apareció, y cada vez le extrañabas más y más, pero siempre te contaban la misma excusa y se lanzaban miradas conspiradoras entre sí. Por aquel entonces, tu lo entendías qué significaban aquellas miradas que se echaban unos a otros, y ellos lo sabían y por eso las lanzaban tan descaradamente. Pero todo se destapó una noche, una fatídica noche en la que tuviste una pesadilla y te despertaste gritando y corriendo para el cuarto de tus padres. Tu madre vino a consolarte, pero por una vez no ibas buscando su consuelo, sino el de tu padre. Tiempo atrás tu madre te dijo que tu padre llegaba a las doce de la noche y salía a las seis, pero ¿qué hora era ? No lo sabías pero tu mamá te explico entre que horas iba a estar tu padre con un reloj digital. En esa hora tenía que estar, y no estaba, te empezaste a agobiar y a gritar más, y tu mamá te abrazó hasta que te calmaste y te dormiste. Al día siguiente , llegas al colegio cansado por la noche movidita que tuviste y encuentras unas maletas, y con curiosidad, empezaste a inspeccionarlo todo hasta que ves a papá y desconectas todos los sentidos y vas a abrazarle.

Anónimo

domingo, 15 de noviembre de 2015

Algunos recuerdos, por desgracia, son para siempre.

Recuerdas perfectamente la sangre incrustada en el suelo. También recuerdas perfectamente el gesto asustado de tus padres al no saber qué decirte y la mano de tu madre sobre tu espalda, recuerdas perfectamente el escozor de las lágrimas en tus ojos y cómo éstas caían sobre el cuerpo sin vida de tu querida gata. Lo recuerdas perfectamente, aunque desearías no poder hacerlo.
La empezaste a echar de menos un par de días antes, era tan raro que no volviera a casa después de su típico paseo nocturno... Pero no lo tomaste demasiado en cuenta, tenías solamente seis años.
Justo esa mañana te habías levantado con ganas de volver a abrazar y acariciar a tu mascota con tus manitas, pero ella no acudía a tus llamadas. De repente, escuchaste el timbre sonar y seguidamente oíste a tus padres ir hacia la puerta, tú te quedaste en el sitio, observando los juguetes de tu gata tirados por el suelo de la terraza. Tus padres no tardaron mucho en volver a tu lado, alegando que el hombre desconocido era simplemente alguien que se había equivocado, pero había algo extraño en su mirada, ¿cómo si quisieran decirte algo pero temieran tu reacción? No lo sabías exactamente, pero pronto te distrajeron hablándote de lo bonita que te habías levantado esa soleada mañana.
Por la tarde, fuiste a dar un paseo con tus padres por el pueblo a intentar encontrar a tu mascota, gracias a tus insistentes peticiones de ir a buscarla, la echabas de menos. Ibas andando de la mano de tu padre mientras tu madre te acariciaba suavemente el pelo, les veías echarse miradas por encima de tu cabeza, y notabas el nerviosismo en sus gestos. Unos cuantos pasos más y viste la razón por la que actuaban tan extraños. Unos cuantos pasos más, y viste algo oscuro tirado en medio de una calle. Te acercaste, con tus padres detrás de ti, notando la palma de la mano de tu madre sobre la superficie plana de tu espalda, reconfortándote incluso antes de que tú entendieras qué pasaba. Te agachaste y lo viste: tu gata muerta con el collar que tú le compraste no hacía tanto, no había duda de que era ella.
Y entonces, ocho años después, es cuando recuerdas con rabia y demasiada tristeza la sangre, la mirada asustada de tus padres, el tacto reconfortante de tu madre... Y, si te concentras un poco más, puedes sentir justo ahora el escozor de las lágrimas en tus ojos, y como éstas resbalan por tu cara hasta caer sobre la almohada. Como cada noche.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Tu gran aventura

¿Recuerdas esa primera vez que montaste en bici? Estabas veraneando en la casa del pueblo de tus abuelos. La tarde era muy soleada. En el gran patio trasero, cogiste una antigua bici de tu hermana. Con tus seis años y un poco nerviosa, te lanzaste a la aventura. Se te notaba decidida. A medida que ibas perdiendo el equilibrio una y otra vez, te desanimaste. Pensabas que jamás conseguirías pedalear sin caerte. Tu madre te decía que insistieras. Al final todo se consigue.
En uno de los intentos, la bicicleta cogió mucha velocidad. Caíste hacía un lado. La mala suerte quiso que tu rodilla se llevase la peor parte. Te asustaste muchísimo. Saliste corriendo hacia la casa. Llorando a mares. Gritabas que nunca volverías a coger una bici. Tu padre fue tras de ti. Estuvistéis hablando un largo rato. Logró convencerte de que en la vida, cada vez que uno se cae, debe levantarse.
Se puso el sol. Tu cara reflejaba alegría. Tenías una sonrisa ardientemente. Habías conseguido lo que tanto te había costado. Al día siguiente, aunque resulte gracioso, no querías separarte ni un momento de tu bici.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

VERDADEROS AMIGOS

Jamás olvidará ese día en el cual estaba muy asustada. Después de la operación no pensaba que ninguno de ellos irían a verla, ni que la traeríais regalos, ni dedicatorias, nada, ni siquiera imaginaba tener tantos mensajes de Whatsapp como tuvo.

Recuerda sus caritas al verte en el hospital… esas expresiones que decían “puf, pobrecita”, “¿la dolerá?”, “¿se alegrará de verme?”. Pues sí, se alegró de verles, y mucho, más de lo que pensaban. Cuando entraron por la puerta, ella tenía cara de “acelga pocha”, pero al verles sonreír con tanta dulzura e inocencia, con tanta alegría y temor, no pudo evitar sonreír. Estaban muy nerviosos, querían saber si todo había ido bien, si ella se encontraba bien. No paraban de reír y de contarla todo lo que se había perdido con pelos y señales. Le trajeron una cartulina gigante con dedicatorias de todos, de los que pudieron ir a verla, y de los que no; incluso los profes habían firmado, no podía creerlo. Tras una tarde perfecta gracias a ellos, llegó el día en el que le dieron el alta. Se lo contó a todos y, en apenas dos minutos tenía el móvil repleto de mensajes como “¡me alegro un montón!” o “¡voy a verte ahora mismo!”. Y así fue, vinieron todos de golpe; se juntaron en su salón unos 20 niños y niñas que no paraban de reír y hacer el tonto. Durante los próximos días, siguió recibiendo visitas de sus amigos, y hablaban a todas horas. Fue realmente en esos momentos, en los que se dio cuenta de quiénes eran los de verdad, a quienes les importaba realmente.

A día de hoy, tiene la suerte de poder decir que esas personas a las cuales admira, quiere un montón, y fueron uno de sus mayores apoyos siguen a su lado actualmente. Es fácil llamar “amigo” a cualquiera, pero pocos saben quiénes son los de verdad. Y, pese a que ahora se junten menos que antes, o no hablen tanto, a la hora de la verdad siempre están ahí. Así que gracias.


Conocidos muchos, amigos como ellos pocos.

¡Hércules!...¿dónde estás?

Tienes cinco años. Te regalan para tu cumpleaños el juego de Hércules para la PS1. Consigues llegar al final del juego con ayuda de tu padre. Para ti el mejor jugador del mundo. Sin él no hubieras llegado ni a pasarte la primera partida. Hércules es el más fuerte y en una de las últimas pantallas lucha contra El Cíclope, que es gigante, gordo, con un ojo y feísimo. Tiene una cachiporra en la mano que con cada golpe vibraba el mando y tu corazón de cinco años se extremecia pensando lo que le podía hacer a Hércules si éste le pillaba. El Cíclope sólo repetía: ¡Hércules!...¿dónde estas?. Ves que tu padre maneja a Hércules como si fuese un dios haciendo frente al cíclope y ganando la partida. Desde ese momento, no dejas de oír en tu cabecita la cancioncilla de :¡Hércules...! Y mira por donde, ves una botella vacía de Coca-Cola de dos litros y eso de pronto se convierte en una cachiporra y tú te conviertes en El Cíclope. La cancioncilla empieza a sonar en tu cabeza y a salir de tu boca sin parar mientras das golpes a todo lo que encuentras sin ni si quiera darte cuenta de la cara de asombro de tus padres y la risa de tus abuelos que te recuerdan al cabo del tiempo que sólo decías:¡Hércules!...¿dónde estas? puff, puff, puff. Dibujando una leve sonrisa en tu boca cada vez que recuerdas aquello.

Un fin de semana inolvidable.

Fue a mediados de Junio. 
Estabas ansiosa por escuchar el timbre de fin de clases. ¡ Ya era viernes !. Por fin llegó ese momento trás estar toda la clase pensando en tus amigos y amigas y sobre todo en lo que llevarías en la maleta.
Estabas tan ilusionada que casi te olvidas la mochila en el aula de música.
Llegaste a tu casa con mucha prisa. Solamente paraste a comer tu plato preferido que tu madre te preparó  mientras escuchabas la televisión de fondo.
Despediste  a tus padres y a tu hermana con un largo abrazo,  y muy segura de ti misma, saliste de tu casa , sabiendo que te encontrarías a tus amigas a la vuelta de la esquina.Ves a tus amigas, te acercas a ellas y acto seguido os ponéis a gritar como locas : Rumbo al pueblo.
Ya sólo os quedaba dos horas de trayecto , pero hicisteis una pausa en Talavera para ver tiendas,  donde lo primero que se os pasó por la cabeza fue perderos por esas maravillosas calles.
Después de una hora , volvisteis al coche con una gran sonrisa en la cara y con las ganas de pasar un fin de semana inolvidable.

TU PRIMER CONCIERTO


Llevas todo el día temblando no sabes bien porque sientes algo que crees que son nervios creías que no te ibas a poner así pero lo haces,no llevas solo un día,llevas toda la semana,confirmas que sí,son nervios,pasan las horas y te preparas con muchas ganas de llegar al recinto y verlos salir,no sabes como será y si te harás adicto a escucharlos pero es una oportunidad que no podrás repetir,llegas allí y esperas unas horas,se te hace eterno y ellos se hacen derrogar,se apagan las luces y tu corazón va a mil por hora,se te escapan algunas lágrimas de la emoción y empieza a sonar la musica,te resulta difícil mantenerte en pie el cuerpo entero te tiembla y ahora solo quieres gritar,gritas y además muy alto,crees que te van a oír,los ves salir y empiezas a saltar a la misma vez que ellos,cantas sus canciones y gritas,muy alto,sacas tu cartulina,puede que la vean,no estas muy lejos,en segunda fila,sonríe y crees que te sonríe a ti,te sientes eufórica no tienes palabras,vuelves a casa con la emoción aun en el cuerpo quieres seguir saltando,coreando sus canciones,quieres que esa hora y media dure para siempre,tus padres te miran no pueden creer lo feliz que estas por haber ido a aquel concierto al que les suplicaste ir,la felicidad te inunda,no puedes parar de sonreír,te sientes capaz de llegar al fin del mundo,no sabes si volverás a verlos cantar pero esa noche a sido única y no puedes definir con palabras lo que has sentido,es algo especial,algo que no podrás repetir,ha sido tu primer concierto.

Anónimo 

Y al fin...

Y al fin se acercan esos días del año en los que eres un poco más feliz. En los que las luces, la ilusión y la niñez brillan más que nunca.
Todo era más emocionante cuando eras pequeña. Aquella noche, que después de inflarte a caramelos llegabas a casa ansiosa por dormirte lo antes posible y, cuanto más lo intentabas, menos podias. Pero entonces amanecia y otra vez los nervios te recorrian la tripa cual mariposa en primavera... ¡Habían llegado! Y estabas segura de que había regalos abajo.  ¿Y si aún seguian alli? Pensabas... bendita inocencia... Y con toda tu valentía, salías de la cama de puntillas y comenzabas a recorrer el pasillo lo más silenciosamente posible. Un escalón... dos... tres... aun no se ve nada... cuatro... cinco... un poco más... seis... Y que momento más bonito, en el que te dabas cuenta que portarse bien todo un año había merecido la pena. Y sonríes, y te brillan los ojos y entonces ya no te importa el silencio, ni siquiera los escalones que tienes que subir... -¡Yaiza, Yaiza!- y gritas más todavía -¡¡Que si, que han venido!!- Subes, corres atraviesas y esquivas todo lo que se te pone delante y arrastras a tu hermana fuera de la cama. Y otra vez, vuelves a correr, pero esta vez acompañada. Compartiendo felicidad, compartiendo emoción, compartiendo ilusión.

Anónimo

lunes, 2 de noviembre de 2015

El principio de un sueño cumplido

Es verano, el mes de junio concretamente. Tienes 5 años. Llevas meses preparándote para esto, tu primera actuación como bailarina. No sabes si lo haces bien o mal, solo sabes que disfrutas bailando. Has visto las actuaciones de bailarinas más mayores, "expertas", y con ojos centelleantes has pensado que quieres ser como ellas. Quieres desprender esa misma pasión en cada movimiento. Esas miradas que te infunden valor y te inspiran a seguir. Y una vez te lo has propuesto a ti misma, no piensas rendirte. Aunque todo esto son solo pensamientos fugaces que pasan por tu cabeza y a los que no les das muchas vueltas porque tu pequeña cabeza solo está pensando en divertirse. Pero entonces recuerdas como empezaste. Supiste que querías bailar poco después de aprender a caminar sin tropezar a cada paso, aunque en esos momento no sabías que lo que hacías tenía ese nombre. Bailar. La música hacia que empezaras a moverte  siguiendo el ritmo sin darte cuenta, no eras consciente, solo te dejabas llevar. No podías estarte quieta. 'Mira mamá, ¡mira lo que hago!', y tu madre reía y te felicitaba, alabando tus progresos. Entonces empezaste las clases. No tuviste ningún problema en hacer nuevas amistades. Carreras y risas entre clases y clase. Más de una vez te caíste, y aunque te hacías daño, siempre te volvías a levantar. Siempre esa sonrisa en tu cara pasara lo que pasara, porque sabías que si querías mejorar, primero debías aprender de tus caídas. Además, no te importaba quien te viera caer, ni lo que pensaran de ti, porque para ti eran señales de progreso. La emoción recorrió todo tu pequeño cuerpo ante la noticia de vuestra primera actuación en público, aunque sería solo para vuestros padres y los padres de los demás bailarines, te hizo mucha ilusión.
Volviendo al recuerdo principal. Acabas de recibir la noticia de que sois las siguientes en salir. Tiemblas de emoción. Impides que los nervios puedan contigo y te preparas para salir. Es como si fuera otro ensayo más, y lo vas a hacer como siempre. Abren la puerta del vestuario y salís todas en fila. Tu primer pensamiento se centra en lo espacioso que es el escenario . Te fijas en las caras de tus amigas y asientes. Todas parecen sentir lo mismo que tú, aunque a algunas les vencen los nervios, el resto está impaciente. Te sonríen y les devuelves la sonrisa. Miras al frente y ves abrirse el telón. Está a punto de comenzar. Miles de caras empiezan a verse claras. La mayoría desconocidas para ti. La música empieza a sonar y con ella, en tu cara aparece una brillante sonrisa. Ya ha ocurrido otra vez. Sin darte cuenta tus pies se están moviendo al compás, y eres incapaz de hacerlos parar. Te esfuerzas por recordar la coreografía, aunque por suerte vuestra profesora está en una esquina guiándoos. Afrontas cada paso con decisión e intentas poner en cada movimiento toda tu energía. Notas que la pasión que sientes se apodera de ti, tal como habías visto en tus compañeras "expertas". Vuestra actuación es recibida con muchos aplausos, risas, y a lo mejor alguna lágrima de orgullo. Acaba de acabar tu primera actuación, y te sientes imparable. Sabes con certeza que no va a ser la primera y única vez que bailes. Y tenías razón.

Una tarde bajo los cerezos

En alguna nublada tarde perezosa de octubre, tú estabas con tus amigos en frente del hospital de la ciudad. Estabais hablando de cualquier cosa, mientras los minutos pasaban sin avisar nunca, llevando la velocidad más alta jamás registrada. Cansada de estar tanto tiempo en pie, sugeriste ir hacia una parte un tanto alejada donde había hierba y unos cuantos cerezos. Los tres caminasteis ahí y os sentasteis formando una especie de pequeño triángulo. Quizá había una ligera brisa dejando escapar algunos cabellos rebeldes y dando un ligero rubor a tus mejillas. Estaba oscureciendo y las luces de la ciudad ya estaban brillando tenuemente. Después de acomodarnos completamente en la hierba hablasteis un rato sobre nada en concreto y de todo a la vez, cuando uno de tus amigos sacó la viola de su estuche y la acomodó en su regazo a modo de guitarra. Los tres reísteis y él comenzó a tocar una melodía cualquiera, pero conocida para vosotros de modo que comenzasteis a cantar, mientras cada uno de vosotros recordaba en silencio viejos tiempos en los que esa melodía era nueva y tocada; escuchada. Si cualquiera mirara desde fuera, vería a tres compañeros, tres amigos que se conocieron sin quererlo y se hicieron necesarios para el otro. Vería a tres personas bajo los cerezos, sentados en la hierba en frente del hospital, tocando la viola, cantando y riendo, mientras los últimos rayos de sol les alumbraban. Probablemente fuera el mejor momento de tu vida, o de esas cosas que no tienen importancia pero son uno de esos recuerdos que siempre tendrás, de esos que no se olvidan sin ninguna explicación. Y muchas veces te decías a ti misma, ojalá esea nublada perezosa tarde de octubre, volviera a repetirse. Pero, pensándolo bien, si se repitiese no tendría el mismo valor que tiene un recuerdo vivido una sola vez.

lunes, 26 de octubre de 2015

VACACIONES DE VERANO


Te despiertas asustada, por culpa de un grito de emoción. Toca levantarse y es temprano. Tu madre te recuerda que te vas de vacaciones a la playa. En ese momento te despiertas sobresaltada llena de alegría. Desayunas, te vistes y te peinas. Piensas en las locuras que harás durante esos 8 días tan emocionantes que te esperan. No te vas con tus padres, te vas de vacaciones con tus amigos. Llevas a cuestas tu saco de dormir, tu esterilla y tu pesada maleta. Vistes una gran sonrisa en ese bonito rostro. Llegas al punto de encuentro, allí está el autobús y también puedes ver mucha gente, madres y padres despidiéndose de sus hijos porque se van de albergue, al igual que tu. Te encuentras con tus amigos y amigas, todos estáis muy contentos, os espera una semana inolvidable juntos. Te montas en el autobús y te sientas, acompañada de tu mejor amiga. Ya falta menos para el comienzo de ese viaje que tanto deseas. Le lanzas los últimos besos a tus padres, que te echaran de menos. Se despiden de ti con una sonrisa sabiendo que te lo vas a pasar como nunca. Arranca el autobús. La emoción te puede. Aquel momento había llegado.

Anónimo

AMOR DE VERANO


Día soleado de verano. Te incorporas en la cama te frotas los ojos con las manos y miras el reloj son las diez y media , tu abuela se acerca a ti y sonríe te da los buenos días y te anima a deshacerte de las sábanas que rodean tu cuerpo, te levantas y vas al baño te lavas la cara y sales. Tu abuelo te espera con una gran sonrisa y con un plato de tostadas que compartís entre todos. Te pones el bañador y bajas a la piscina, no te apetece ir a la playa porque está el mar revuelto. Sientes el agua helada rozando tu piel te sumerges con los ojos cerrados durante aproximadamente unos diez segundos y sales, ves a un chico de bañador amarillo fluorescente hablar con sus compañeros mientras te mira te vuelves a sumergir dentro del agua porque sientes los nervios a flor de piel y sabes que tus mejillas ya no son de ese tono rosado de siempre se han vuelto rojas. Sales de la piscina sin mirar a nadie a los ojos pero a él es inevitable no mirarle te vuelve a sonreír y tu corazón da un vuelco vuelves a esconderte como siempre y agachas la cabeza, odias que te observen prefieres pasar desapercibida. Es media tarde. Vuelves a bajar a la piscina y deseas volver a encontrártelo, lo  haces está como siempre con una gran sonrisa pintada en su cara, esta  vez no se da cuenta de que le observas. Te das por vencida y a las nueve sales del agua te rodeas con una toalla y te diriges hacia el ascensor con tu abuelo, ves como la puerta del portal se abre y le ves aparecer con dos niñas de bañador rosa que son sus hermanas se acerca a ti y sonríe no sabes bien que hacer y él lo nota, vuelve a sonreír creéis que tenéis oportunidad de hablar por primera vez cuando de pronto se oyen pisadas subiendo por las escaleras, él te mira por última vez y se despide a la vez que corre detrás de sus hermanas. Tu oportunidad se ha acabado te vuelves a casa al igual que él. Deseas que llegue el año que viene para volver a encontrarte con sus ojos castaños.

(ANÓNIMO)


MI RECUERDO


¿Recuerdas esa primera vez que montaste en bici? Estabas veraneando en la casa del pueblo de tus abuelos. La tarde era muy soleada, y en el gran patio trasero cogiste una antigua bici de tu hermana mayor. Con tus seis años y un poco nerviosa, te lanzaste a la aventura. Al principio, se te notaba de lejos lo decidida que estabas a montar en ella, pero a medida que ibas perdiendo el equilibrio una y otra vez, te desanimaste y pensaste que jamás conseguirías pedalear dos metros sin caerte. Tu madre te decía que insistieras porque al final todo se consigue con un poco de esfuerzo.
En uno de los intentos, la bicicleta cogió tanta velocidad que caíste hacia un lado, con tan mala suerte que te hiciste una herida en la rodilla; te llevaste tal susto que saliste corriendo hacia la casa, llorando y diciendo que no ibas a volver a coger una bici nunca más. Pero tu padre fue tras de ti, y después de hablar mucho rato contigo y a base de mucha paciencia, logró convencerte de que en la vida cada vez que uno se cae hay que levantarse y demostrar que eres capaz de hacerlo.
Al final de la tarde, una enorme sonrisa iluminaba tu cara, ya que habías conseguido lo que tanto te había costado. Al día siguiente, aunque resulte gracioso, no querías separarte ni un momento de tu bici.



Anónimo

EL DÍA QUE VOLASTE CUAL PÁJARO EN LIBERTAD



Un caluroso día de septiembre antes de que empezasen las clases habías quedado con una amiga para iros a dar una vuelta. Ese día casualmente os dio por montar en patines, y estuvisteis cuestión de dos horas patinando cerca de vuestra casa. Cuando os quedaba poco más de media hora para tener que volver, se os antojó bajaros al pueblo. El problema que teníais es que llevabais los patines puestos. Tu amiga los dejó en su casa porque la pillaba de paso, pero la tuya estaba lejos, así que decidisteis que no os daba tiempo a ir a quitarte los patines y que bajarías con ellos. Curiosamente, había una cuesta larga y empinada con 2 baches pequeños y uno más grande de camino. Tú le dijiste a tu amiga: “Agárrame y no me sueltes, por Dios”. Ella rió y te agarró un brazo, mientras tú ibas pegada a ella como una lapa. Pero… la cuesta estaba tan inclinada y tus patines rodaban tan bien que, aun agarrándote con todas tus fuerzas a tu amiga, saliste rodando cuesta abajo sin poder hacer nada. Afortunadamente, tu amiga vino corriendo a la velocidad de la luz y consiguió agarrarte. Tú tenías miedo, aunque reconocías que la situación era cómica. Y seguisteis bajando. No habíais bajado apenas nada cuando otra vez te soltaste sin querer, y ahí sí que tu amiga no pudo hacer nada. Saliste rodando a una velocidad de vértigo. A cada metro que dabas ibas más asustada, y se oía a tu amiga corriendo inútilmente detrás de ti. Hubo un momento en el que perdiste el equilibrio y casi te dejas los dientes en el asfalto, pero conseguiste ponerte bien otra vez. Después de eso, ibas bajando confiaba, pensando: “¡Puedo hacerlo! ¡Puedo hacerlo! Solo necesito confiar en mí misma”, como si estuvieses en una película. Y llegó el primer bache. Era un bache de estos pequeños, de poco más de 30 centímetros de ancho. Fue en ese momento en el que pensaste que todo se había ido a la mierda, que era imposible que saltases eso dada tu “amplia” experiencia con los patines (apenas sabías girar con ellos, y únicamente sobre superficies muy lisas). Pero un milagro sucedió. Lo recuerdas a cámara lenta todo, aunque no duró nada. Recuerdas acercarte peligrosamente al bache; recuerdas a tu amiga corriendo tras de ti todavía, cada vez más y más lejos, aunque ella no se daba por vencida; recuerdas cuando tus pies empezaron a subir aquel bache; recuerdas tu pánico y el presentimiento de que llegarías a casa con la nariz rota, un ojo morado, la cabeza abierta y un par de huesos fracturados. Y recuerdas sentir tus pies poco a poco alejarse del suelo y te recuerdas a ti “volando cual pájaro en libertad”. Y ese instante que estuviste en el aire pensaste que fue épico, parecía que ibas flotando en el aire, que tan solo había faltado la música celestial y parecía escena de película. Y aterrizaste en el suelo. Más bien, tus pies aterrizaron, porque lograste milagrosamente mantener el equilibrio y no matarte. Tu amiga flipaba en colores. Ella ya había abandonado toda posibilidad de alcanzarte y estaba sofocada intentando volver a respirar con normalidad tras la inservible carrera que se había dado. Mientras tanto, tú no podías creerte lo que acababa de pasar, ¡estabas viva! Aún recuerdas tus pensamientos exactos en ese momento: “Wow… ¿Y qué pasa si al final aguanto sin caerme? No se frenar, ¿Qué pasará si llego al final de la calle? ¿Aguantaré el bache grande o me caeré en él? Bah, visto lo visto puedo con todo, lo voy a conseguir”. Justamente en el momento que ibas pensado que lo lograrías, antes de llegar al bache grande, te falló el tobillo y perdiste la esperanza de lograrlo. Tu rodilla derecha cayó de lado en el duro asfalto de la carretera. Debido a la gran velocidad que llevabas, avanzaste resbalando unos 40 centímetros de distancia, 40 duros centímetros en los que tu rodilla salió muy mal parada. Acabaste sentada en el suelo dolorida. Tu amiga, que lo vio todo, fue corriendo a ayudarte a que te levantases. Afortunadamente, solo te hiciste una herida del tamaño de tu rodilla, pero no te pasó nada más. Y todavía hoy, octubre de 2015, un año y un mes más tarde de aquel "pequeño incidente" con los patines, tienes una gran cicatriz en la rodilla derecha con la forma de la cara de Mike Wazowski, el muñeco verde de “Monstruos SA”.
  

Anónimo

martes, 20 de octubre de 2015

Por fin llegaste a aquel deseado lugar. Te acuerdas perfectamente. Estabas ansiosa por llegar a aquel sitio donde todos los sueños de los niños cobran vida haciéndose realidad. De alguna forma te lo imaginabas, pero en cuanto lo viste, nunca pensaste que sería así de impresionante. Walt Disney te hizo sentir como en un sueño durante aquellos días. París y su hermosa Torre Eifel te hicieron sentir como en una nube, y es que nunca pensabas que un sitio tan cerca pero a la vez tan lejos pudiese ser tan diferente y emocionante.
Fueron muchas emociones para una niña de 10 años, pero mientras duró fue increíble. Es un recuerdo que seguramente volverías a vivir una y otra vez, y nunca te cansarias de repetirlo.

lunes, 19 de octubre de 2015

¡Sorpresa!, te quiero...

¡Sorpresa!, te quiero...
Te duermes. Sueñas. Pasa el tiempo y cada vez te envuelves más entre las sábanas de tu cama. Te retuerces y te mueves en la cama, tienes sueños y pesadillas. El oscuro cielo que la noche dejó tras de sí poco a poco se va aclarando. Sigues durmiendo, y, de repente, suena el despertador. Te incorporas, te frotas los ojos y te levantas corriendo para ir a lavarte la cara, como de costumbre. Observas el cielo a través de la ventana de tu habitación y ves como el Sol también se está despertando, al igual que tú. Te vistes y preparas el desayuno. Piensas en qué hacer para causarles una buena impresión a tus compañeros de clase. Después de estar un rato pensando en cómo será el primer día de instituto, cómo serán tus nuevos compañeros y en lo aburrido que será el año, recoges las cosas y te preparas para asistir al primer día del curso. Sales por la puerta delantera de tu casa después de despedirte de tus padres y de tu perro, que está lloriqueando al ver que te vas. Empiezas a caminar. Miras al cielo de nuevo, viendo como también se ha preparado para un largo día. Observas como las estrellas que antes iluminaban el cielo nocturno se han desvanecido tras un tenue color azul. Sigues caminando y ves a uno de tus mejores amigos agitar su mano con entusiasmo. Le saludas y empiezas a caminar junto a él. A lo lejos, ves la puerta del instituto y, alrededor, miles de chicos y chicas de tu edad riendo, divirtiéndose y contándose lo increíbles que han sido sus vacaciones de verano. Entras al instituto. Te detienes ante los escalones y empiezas a contarlos mientras subes. Entras en tu clase y empiezas a recorrer las caras de tus compañeros con la mirada. Conoces a la mayoría pero aun así, algunas caras nuevas se van dibujando entre las de tus amigos y conocidos. Tratas de imaginar cómo serán. Y, sin darte cuenta, te paras a pensar en una de esas caras nuevas, en una que destacaba más que el resto. Te fijas en esos ojos color castaño, ese pelo largo y sedoso, esas delicadas manos y en esa sonrisa, esa sonrisa tan perfecta... Sientes algo raro. Duele, pero es agradable a la vez. Te sientes como si te hubiesen disparado una flecha, un flechazo...
Suena el timbre y empiezan las clases. Van pasando las horas y la última clase termina, fin del primer día de instituto. Al final del día no te has enterado de nada, ni de los nombres de los profesores porque solo tenías ojos para ella, y esperas que mañana esa sensación se repita, y que ella ya no sea una desconocida, sino la persona con la que compartirás el resto de tu vida...


domingo, 18 de octubre de 2015

TU PRIMERA ETAPA

TU PRIMERA ETAPA

           La extrañas. Anhelas aquella época en la que jugabas y correteabas por los parques las 24 horas del día. Esa etapa considerada infancia en la que la gente a la que veías solo de vez en cuando, le decía a tus padres: ``¡Qué rico, qué grande está!´´, o te preguntaban a ti directamente cómo te iba el fútbol o el tenis o lo que hicieses en vez de preguntarte que si ya habías pensado lo que quieres ser de mayor.
           Es ese periodo de tiempo el que mucha gente a tu edad echa de menos. Ese en el que ibas al colegio sin agobiarte por los exámenes porque considerabas que estaban ``chupados´´ y estabas convencido de que sacarías buena nota. Ese en el que tus mayores preocupaciones eran dormir con tu peluche preferido y no perderte tu serie de televisión favorita, ese en el que antes de irte a dormir alrededor de las 9.30 le pedías a tu madre que mirase si había monstruos debajo de la cama o dentro del armario.
          Añoras temer a la oscuridad a la hora de subir las escaleras de tu casa o de derramar lágrima por haber perdido o roto algún juguete nuevo. Y sabes, tú mejor que nadie, que jamás podrán volver a repetirse esos instantes únicos de nuestras vidas que solo un inocente niño puede vivir ajeno a la verdadera y dura realidad. Volverías a pasar por el mal trago de enterarte de que el Ratoncito Pérez, Papá Noel o los Reyes Magos no existen de verdad, y aún sabiendo lo mal que lo pasaste, lo repetirías una y otra vez. Tú y todos la echamos de menos, todos llevamos parte del niño que fuimos y siempre la tendremos con nosotros. Esa inocencia que cuando tu primo mayor te vacilaba y tu eras inconsciente de todo, lo único que se ocurría hacer era reírte sin saber por qué. Siempre hay algún momento en el que prefieres ser un gran niño antes que un pequeño hombre...siempre.

jueves, 15 de octubre de 2015

LA FELICIDAD DE UN VUELO TEMEROSO


LA FELICIDAD DE UN VUELO TEMEROSO

Estás en un avión hacia Palma de Mayorca. Tienes dos años y medio. Acabas de despegar. El avión está en silencio, sólo la chica que va sentada detrás tuya va inquieta. Miras, ¿está lloando?, sí. Vuelves a mirar, ahora parece que la cuesta respirar. Está roja, cada vez más y más roja. El chico que va al lado de ella le coge de la mano, le tranquiliza. Ella empieza a gritar suavemente diciendo palabras extrañas como `estrellar´, `pánico`o `histérica´. Abraza un cojín, entonces miras en tu regazo y ves tu querido osito de peluche. Te intentas levantar pero una cinta te lo impide, tu madre te ayuda. Se han apagado las luces de los cinturones. Vas hacia aquella muchacha triste que no deja de llorar y abrazar a su cojín. Cuando llegas a su lado le coges de la mano y le dices: "No te preocupes, no tengas miedo, mira, yo no tengo miedo". Mientras le acaricias la mano ella te mira extrañada y sigue llorando. No te rindes: "No llores nena, dices, mira qué alto estamos, es muy divertido volar, nadie sabe volar, sólo los pajaritos". La chica parece más relajada pero las lágrimas resvalan por sus mejillas. Se te ocurre algo. Coges el osito de peluche que tanto quieres, le coges la mano y se lo das. Ella te mira. La sonríes y la dices: "Abráza a mi osito y no tengas miedo, no llores, no pasa nada". Te vas contenta a tu sitio y sientes como la gente te mira sonriendo. La verdad no sabes por qué están felices viendo a una chica llorar, pero ya tiene tu osito y él le va a cuidar para que no llore.