Un caluroso día de septiembre antes de que empezasen las clases habías quedado con una amiga para iros a dar una vuelta. Ese día casualmente os dio por montar en patines, y estuvisteis cuestión de dos horas patinando cerca de vuestra casa. Cuando os quedaba poco más de media hora para tener que volver, se os antojó bajaros al pueblo. El problema que teníais es que llevabais los patines puestos. Tu amiga los dejó en su casa porque la pillaba de paso, pero la tuya estaba lejos, así que decidisteis que no os daba tiempo a ir a quitarte los patines y que bajarías con ellos. Curiosamente, había una cuesta larga y empinada con 2 baches pequeños y uno más grande de camino. Tú le dijiste a tu amiga: “Agárrame y no me sueltes, por Dios”. Ella rió y te agarró un brazo, mientras tú ibas pegada a ella como una lapa. Pero… la cuesta estaba tan inclinada y tus patines rodaban tan bien que, aun agarrándote con todas tus fuerzas a tu amiga, saliste rodando cuesta abajo sin poder hacer nada. Afortunadamente, tu amiga vino corriendo a la velocidad de la luz y consiguió agarrarte. Tú tenías miedo, aunque reconocías que la situación era cómica. Y seguisteis bajando. No habíais bajado apenas nada cuando otra vez te soltaste sin querer, y ahí sí que tu amiga no pudo hacer nada. Saliste rodando a una velocidad de vértigo. A cada metro que dabas ibas más asustada, y se oía a tu amiga corriendo inútilmente detrás de ti. Hubo un momento en el que perdiste el equilibrio y casi te dejas los dientes en el asfalto, pero conseguiste ponerte bien otra vez. Después de eso, ibas bajando confiaba, pensando: “¡Puedo hacerlo! ¡Puedo hacerlo! Solo necesito confiar en mí misma”, como si estuvieses en una película. Y llegó el primer bache. Era un bache de estos pequeños, de poco más de 30 centímetros de ancho. Fue en ese momento en el que pensaste que todo se había ido a la mierda, que era imposible que saltases eso dada tu “amplia” experiencia con los patines (apenas sabías girar con ellos, y únicamente sobre superficies muy lisas). Pero un milagro sucedió. Lo recuerdas a cámara lenta todo, aunque no duró nada. Recuerdas acercarte peligrosamente al bache; recuerdas a tu amiga corriendo tras de ti todavía, cada vez más y más lejos, aunque ella no se daba por vencida; recuerdas cuando tus pies empezaron a subir aquel bache; recuerdas tu pánico y el presentimiento de que llegarías a casa con la nariz rota, un ojo morado, la cabeza abierta y un par de huesos fracturados. Y recuerdas sentir tus pies poco a poco alejarse del suelo y te recuerdas a ti “volando cual pájaro en libertad”. Y ese instante que estuviste en el aire pensaste que fue épico, parecía que ibas flotando en el aire, que tan solo había faltado la música celestial y parecía escena de película. Y aterrizaste en el suelo. Más bien, tus pies aterrizaron, porque lograste milagrosamente mantener el equilibrio y no matarte. Tu amiga flipaba en colores. Ella ya había abandonado toda posibilidad de alcanzarte y estaba sofocada intentando volver a respirar con normalidad tras la inservible carrera que se había dado. Mientras tanto, tú no podías creerte lo que acababa de pasar, ¡estabas viva! Aún recuerdas tus pensamientos exactos en ese momento: “Wow… ¿Y qué pasa si al final aguanto sin caerme? No se frenar, ¿Qué pasará si llego al final de la calle? ¿Aguantaré el bache grande o me caeré en él? Bah, visto lo visto puedo con todo, lo voy a conseguir”. Justamente en el momento que ibas pensado que lo lograrías, antes de llegar al bache grande, te falló el tobillo y perdiste la esperanza de lograrlo. Tu rodilla derecha cayó de lado en el duro asfalto de la carretera. Debido a la gran velocidad que llevabas, avanzaste resbalando unos 40 centímetros de distancia, 40 duros centímetros en los que tu rodilla salió muy mal parada. Acabaste sentada en el suelo dolorida. Tu amiga, que lo vio todo, fue corriendo a ayudarte a que te levantases. Afortunadamente, solo te hiciste una herida del tamaño de tu rodilla, pero no te pasó nada más. Y todavía hoy, octubre de 2015, un año y un mes más tarde de aquel "pequeño incidente" con los patines, tienes una gran cicatriz en la rodilla derecha con la forma de la cara de Mike Wazowski, el muñeco verde de “Monstruos SA”.
Anónimo