lunes, 26 de octubre de 2015

VACACIONES DE VERANO


Te despiertas asustada, por culpa de un grito de emoción. Toca levantarse y es temprano. Tu madre te recuerda que te vas de vacaciones a la playa. En ese momento te despiertas sobresaltada llena de alegría. Desayunas, te vistes y te peinas. Piensas en las locuras que harás durante esos 8 días tan emocionantes que te esperan. No te vas con tus padres, te vas de vacaciones con tus amigos. Llevas a cuestas tu saco de dormir, tu esterilla y tu pesada maleta. Vistes una gran sonrisa en ese bonito rostro. Llegas al punto de encuentro, allí está el autobús y también puedes ver mucha gente, madres y padres despidiéndose de sus hijos porque se van de albergue, al igual que tu. Te encuentras con tus amigos y amigas, todos estáis muy contentos, os espera una semana inolvidable juntos. Te montas en el autobús y te sientas, acompañada de tu mejor amiga. Ya falta menos para el comienzo de ese viaje que tanto deseas. Le lanzas los últimos besos a tus padres, que te echaran de menos. Se despiden de ti con una sonrisa sabiendo que te lo vas a pasar como nunca. Arranca el autobús. La emoción te puede. Aquel momento había llegado.

Anónimo

AMOR DE VERANO


Día soleado de verano. Te incorporas en la cama te frotas los ojos con las manos y miras el reloj son las diez y media , tu abuela se acerca a ti y sonríe te da los buenos días y te anima a deshacerte de las sábanas que rodean tu cuerpo, te levantas y vas al baño te lavas la cara y sales. Tu abuelo te espera con una gran sonrisa y con un plato de tostadas que compartís entre todos. Te pones el bañador y bajas a la piscina, no te apetece ir a la playa porque está el mar revuelto. Sientes el agua helada rozando tu piel te sumerges con los ojos cerrados durante aproximadamente unos diez segundos y sales, ves a un chico de bañador amarillo fluorescente hablar con sus compañeros mientras te mira te vuelves a sumergir dentro del agua porque sientes los nervios a flor de piel y sabes que tus mejillas ya no son de ese tono rosado de siempre se han vuelto rojas. Sales de la piscina sin mirar a nadie a los ojos pero a él es inevitable no mirarle te vuelve a sonreír y tu corazón da un vuelco vuelves a esconderte como siempre y agachas la cabeza, odias que te observen prefieres pasar desapercibida. Es media tarde. Vuelves a bajar a la piscina y deseas volver a encontrártelo, lo  haces está como siempre con una gran sonrisa pintada en su cara, esta  vez no se da cuenta de que le observas. Te das por vencida y a las nueve sales del agua te rodeas con una toalla y te diriges hacia el ascensor con tu abuelo, ves como la puerta del portal se abre y le ves aparecer con dos niñas de bañador rosa que son sus hermanas se acerca a ti y sonríe no sabes bien que hacer y él lo nota, vuelve a sonreír creéis que tenéis oportunidad de hablar por primera vez cuando de pronto se oyen pisadas subiendo por las escaleras, él te mira por última vez y se despide a la vez que corre detrás de sus hermanas. Tu oportunidad se ha acabado te vuelves a casa al igual que él. Deseas que llegue el año que viene para volver a encontrarte con sus ojos castaños.

(ANÓNIMO)


MI RECUERDO


¿Recuerdas esa primera vez que montaste en bici? Estabas veraneando en la casa del pueblo de tus abuelos. La tarde era muy soleada, y en el gran patio trasero cogiste una antigua bici de tu hermana mayor. Con tus seis años y un poco nerviosa, te lanzaste a la aventura. Al principio, se te notaba de lejos lo decidida que estabas a montar en ella, pero a medida que ibas perdiendo el equilibrio una y otra vez, te desanimaste y pensaste que jamás conseguirías pedalear dos metros sin caerte. Tu madre te decía que insistieras porque al final todo se consigue con un poco de esfuerzo.
En uno de los intentos, la bicicleta cogió tanta velocidad que caíste hacia un lado, con tan mala suerte que te hiciste una herida en la rodilla; te llevaste tal susto que saliste corriendo hacia la casa, llorando y diciendo que no ibas a volver a coger una bici nunca más. Pero tu padre fue tras de ti, y después de hablar mucho rato contigo y a base de mucha paciencia, logró convencerte de que en la vida cada vez que uno se cae hay que levantarse y demostrar que eres capaz de hacerlo.
Al final de la tarde, una enorme sonrisa iluminaba tu cara, ya que habías conseguido lo que tanto te había costado. Al día siguiente, aunque resulte gracioso, no querías separarte ni un momento de tu bici.



Anónimo

EL DÍA QUE VOLASTE CUAL PÁJARO EN LIBERTAD



Un caluroso día de septiembre antes de que empezasen las clases habías quedado con una amiga para iros a dar una vuelta. Ese día casualmente os dio por montar en patines, y estuvisteis cuestión de dos horas patinando cerca de vuestra casa. Cuando os quedaba poco más de media hora para tener que volver, se os antojó bajaros al pueblo. El problema que teníais es que llevabais los patines puestos. Tu amiga los dejó en su casa porque la pillaba de paso, pero la tuya estaba lejos, así que decidisteis que no os daba tiempo a ir a quitarte los patines y que bajarías con ellos. Curiosamente, había una cuesta larga y empinada con 2 baches pequeños y uno más grande de camino. Tú le dijiste a tu amiga: “Agárrame y no me sueltes, por Dios”. Ella rió y te agarró un brazo, mientras tú ibas pegada a ella como una lapa. Pero… la cuesta estaba tan inclinada y tus patines rodaban tan bien que, aun agarrándote con todas tus fuerzas a tu amiga, saliste rodando cuesta abajo sin poder hacer nada. Afortunadamente, tu amiga vino corriendo a la velocidad de la luz y consiguió agarrarte. Tú tenías miedo, aunque reconocías que la situación era cómica. Y seguisteis bajando. No habíais bajado apenas nada cuando otra vez te soltaste sin querer, y ahí sí que tu amiga no pudo hacer nada. Saliste rodando a una velocidad de vértigo. A cada metro que dabas ibas más asustada, y se oía a tu amiga corriendo inútilmente detrás de ti. Hubo un momento en el que perdiste el equilibrio y casi te dejas los dientes en el asfalto, pero conseguiste ponerte bien otra vez. Después de eso, ibas bajando confiaba, pensando: “¡Puedo hacerlo! ¡Puedo hacerlo! Solo necesito confiar en mí misma”, como si estuvieses en una película. Y llegó el primer bache. Era un bache de estos pequeños, de poco más de 30 centímetros de ancho. Fue en ese momento en el que pensaste que todo se había ido a la mierda, que era imposible que saltases eso dada tu “amplia” experiencia con los patines (apenas sabías girar con ellos, y únicamente sobre superficies muy lisas). Pero un milagro sucedió. Lo recuerdas a cámara lenta todo, aunque no duró nada. Recuerdas acercarte peligrosamente al bache; recuerdas a tu amiga corriendo tras de ti todavía, cada vez más y más lejos, aunque ella no se daba por vencida; recuerdas cuando tus pies empezaron a subir aquel bache; recuerdas tu pánico y el presentimiento de que llegarías a casa con la nariz rota, un ojo morado, la cabeza abierta y un par de huesos fracturados. Y recuerdas sentir tus pies poco a poco alejarse del suelo y te recuerdas a ti “volando cual pájaro en libertad”. Y ese instante que estuviste en el aire pensaste que fue épico, parecía que ibas flotando en el aire, que tan solo había faltado la música celestial y parecía escena de película. Y aterrizaste en el suelo. Más bien, tus pies aterrizaron, porque lograste milagrosamente mantener el equilibrio y no matarte. Tu amiga flipaba en colores. Ella ya había abandonado toda posibilidad de alcanzarte y estaba sofocada intentando volver a respirar con normalidad tras la inservible carrera que se había dado. Mientras tanto, tú no podías creerte lo que acababa de pasar, ¡estabas viva! Aún recuerdas tus pensamientos exactos en ese momento: “Wow… ¿Y qué pasa si al final aguanto sin caerme? No se frenar, ¿Qué pasará si llego al final de la calle? ¿Aguantaré el bache grande o me caeré en él? Bah, visto lo visto puedo con todo, lo voy a conseguir”. Justamente en el momento que ibas pensado que lo lograrías, antes de llegar al bache grande, te falló el tobillo y perdiste la esperanza de lograrlo. Tu rodilla derecha cayó de lado en el duro asfalto de la carretera. Debido a la gran velocidad que llevabas, avanzaste resbalando unos 40 centímetros de distancia, 40 duros centímetros en los que tu rodilla salió muy mal parada. Acabaste sentada en el suelo dolorida. Tu amiga, que lo vio todo, fue corriendo a ayudarte a que te levantases. Afortunadamente, solo te hiciste una herida del tamaño de tu rodilla, pero no te pasó nada más. Y todavía hoy, octubre de 2015, un año y un mes más tarde de aquel "pequeño incidente" con los patines, tienes una gran cicatriz en la rodilla derecha con la forma de la cara de Mike Wazowski, el muñeco verde de “Monstruos SA”.
  

Anónimo

martes, 20 de octubre de 2015

Por fin llegaste a aquel deseado lugar. Te acuerdas perfectamente. Estabas ansiosa por llegar a aquel sitio donde todos los sueños de los niños cobran vida haciéndose realidad. De alguna forma te lo imaginabas, pero en cuanto lo viste, nunca pensaste que sería así de impresionante. Walt Disney te hizo sentir como en un sueño durante aquellos días. París y su hermosa Torre Eifel te hicieron sentir como en una nube, y es que nunca pensabas que un sitio tan cerca pero a la vez tan lejos pudiese ser tan diferente y emocionante.
Fueron muchas emociones para una niña de 10 años, pero mientras duró fue increíble. Es un recuerdo que seguramente volverías a vivir una y otra vez, y nunca te cansarias de repetirlo.

lunes, 19 de octubre de 2015

¡Sorpresa!, te quiero...

¡Sorpresa!, te quiero...
Te duermes. Sueñas. Pasa el tiempo y cada vez te envuelves más entre las sábanas de tu cama. Te retuerces y te mueves en la cama, tienes sueños y pesadillas. El oscuro cielo que la noche dejó tras de sí poco a poco se va aclarando. Sigues durmiendo, y, de repente, suena el despertador. Te incorporas, te frotas los ojos y te levantas corriendo para ir a lavarte la cara, como de costumbre. Observas el cielo a través de la ventana de tu habitación y ves como el Sol también se está despertando, al igual que tú. Te vistes y preparas el desayuno. Piensas en qué hacer para causarles una buena impresión a tus compañeros de clase. Después de estar un rato pensando en cómo será el primer día de instituto, cómo serán tus nuevos compañeros y en lo aburrido que será el año, recoges las cosas y te preparas para asistir al primer día del curso. Sales por la puerta delantera de tu casa después de despedirte de tus padres y de tu perro, que está lloriqueando al ver que te vas. Empiezas a caminar. Miras al cielo de nuevo, viendo como también se ha preparado para un largo día. Observas como las estrellas que antes iluminaban el cielo nocturno se han desvanecido tras un tenue color azul. Sigues caminando y ves a uno de tus mejores amigos agitar su mano con entusiasmo. Le saludas y empiezas a caminar junto a él. A lo lejos, ves la puerta del instituto y, alrededor, miles de chicos y chicas de tu edad riendo, divirtiéndose y contándose lo increíbles que han sido sus vacaciones de verano. Entras al instituto. Te detienes ante los escalones y empiezas a contarlos mientras subes. Entras en tu clase y empiezas a recorrer las caras de tus compañeros con la mirada. Conoces a la mayoría pero aun así, algunas caras nuevas se van dibujando entre las de tus amigos y conocidos. Tratas de imaginar cómo serán. Y, sin darte cuenta, te paras a pensar en una de esas caras nuevas, en una que destacaba más que el resto. Te fijas en esos ojos color castaño, ese pelo largo y sedoso, esas delicadas manos y en esa sonrisa, esa sonrisa tan perfecta... Sientes algo raro. Duele, pero es agradable a la vez. Te sientes como si te hubiesen disparado una flecha, un flechazo...
Suena el timbre y empiezan las clases. Van pasando las horas y la última clase termina, fin del primer día de instituto. Al final del día no te has enterado de nada, ni de los nombres de los profesores porque solo tenías ojos para ella, y esperas que mañana esa sensación se repita, y que ella ya no sea una desconocida, sino la persona con la que compartirás el resto de tu vida...


domingo, 18 de octubre de 2015

TU PRIMERA ETAPA

TU PRIMERA ETAPA

           La extrañas. Anhelas aquella época en la que jugabas y correteabas por los parques las 24 horas del día. Esa etapa considerada infancia en la que la gente a la que veías solo de vez en cuando, le decía a tus padres: ``¡Qué rico, qué grande está!´´, o te preguntaban a ti directamente cómo te iba el fútbol o el tenis o lo que hicieses en vez de preguntarte que si ya habías pensado lo que quieres ser de mayor.
           Es ese periodo de tiempo el que mucha gente a tu edad echa de menos. Ese en el que ibas al colegio sin agobiarte por los exámenes porque considerabas que estaban ``chupados´´ y estabas convencido de que sacarías buena nota. Ese en el que tus mayores preocupaciones eran dormir con tu peluche preferido y no perderte tu serie de televisión favorita, ese en el que antes de irte a dormir alrededor de las 9.30 le pedías a tu madre que mirase si había monstruos debajo de la cama o dentro del armario.
          Añoras temer a la oscuridad a la hora de subir las escaleras de tu casa o de derramar lágrima por haber perdido o roto algún juguete nuevo. Y sabes, tú mejor que nadie, que jamás podrán volver a repetirse esos instantes únicos de nuestras vidas que solo un inocente niño puede vivir ajeno a la verdadera y dura realidad. Volverías a pasar por el mal trago de enterarte de que el Ratoncito Pérez, Papá Noel o los Reyes Magos no existen de verdad, y aún sabiendo lo mal que lo pasaste, lo repetirías una y otra vez. Tú y todos la echamos de menos, todos llevamos parte del niño que fuimos y siempre la tendremos con nosotros. Esa inocencia que cuando tu primo mayor te vacilaba y tu eras inconsciente de todo, lo único que se ocurría hacer era reírte sin saber por qué. Siempre hay algún momento en el que prefieres ser un gran niño antes que un pequeño hombre...siempre.

jueves, 15 de octubre de 2015

LA FELICIDAD DE UN VUELO TEMEROSO


LA FELICIDAD DE UN VUELO TEMEROSO

Estás en un avión hacia Palma de Mayorca. Tienes dos años y medio. Acabas de despegar. El avión está en silencio, sólo la chica que va sentada detrás tuya va inquieta. Miras, ¿está lloando?, sí. Vuelves a mirar, ahora parece que la cuesta respirar. Está roja, cada vez más y más roja. El chico que va al lado de ella le coge de la mano, le tranquiliza. Ella empieza a gritar suavemente diciendo palabras extrañas como `estrellar´, `pánico`o `histérica´. Abraza un cojín, entonces miras en tu regazo y ves tu querido osito de peluche. Te intentas levantar pero una cinta te lo impide, tu madre te ayuda. Se han apagado las luces de los cinturones. Vas hacia aquella muchacha triste que no deja de llorar y abrazar a su cojín. Cuando llegas a su lado le coges de la mano y le dices: "No te preocupes, no tengas miedo, mira, yo no tengo miedo". Mientras le acaricias la mano ella te mira extrañada y sigue llorando. No te rindes: "No llores nena, dices, mira qué alto estamos, es muy divertido volar, nadie sabe volar, sólo los pajaritos". La chica parece más relajada pero las lágrimas resvalan por sus mejillas. Se te ocurre algo. Coges el osito de peluche que tanto quieres, le coges la mano y se lo das. Ella te mira. La sonríes y la dices: "Abráza a mi osito y no tengas miedo, no llores, no pasa nada". Te vas contenta a tu sitio y sientes como la gente te mira sonriendo. La verdad no sabes por qué están felices viendo a una chica llorar, pero ya tiene tu osito y él le va a cuidar para que no llore.