domingo, 15 de noviembre de 2015

Algunos recuerdos, por desgracia, son para siempre.

Recuerdas perfectamente la sangre incrustada en el suelo. También recuerdas perfectamente el gesto asustado de tus padres al no saber qué decirte y la mano de tu madre sobre tu espalda, recuerdas perfectamente el escozor de las lágrimas en tus ojos y cómo éstas caían sobre el cuerpo sin vida de tu querida gata. Lo recuerdas perfectamente, aunque desearías no poder hacerlo.
La empezaste a echar de menos un par de días antes, era tan raro que no volviera a casa después de su típico paseo nocturno... Pero no lo tomaste demasiado en cuenta, tenías solamente seis años.
Justo esa mañana te habías levantado con ganas de volver a abrazar y acariciar a tu mascota con tus manitas, pero ella no acudía a tus llamadas. De repente, escuchaste el timbre sonar y seguidamente oíste a tus padres ir hacia la puerta, tú te quedaste en el sitio, observando los juguetes de tu gata tirados por el suelo de la terraza. Tus padres no tardaron mucho en volver a tu lado, alegando que el hombre desconocido era simplemente alguien que se había equivocado, pero había algo extraño en su mirada, ¿cómo si quisieran decirte algo pero temieran tu reacción? No lo sabías exactamente, pero pronto te distrajeron hablándote de lo bonita que te habías levantado esa soleada mañana.
Por la tarde, fuiste a dar un paseo con tus padres por el pueblo a intentar encontrar a tu mascota, gracias a tus insistentes peticiones de ir a buscarla, la echabas de menos. Ibas andando de la mano de tu padre mientras tu madre te acariciaba suavemente el pelo, les veías echarse miradas por encima de tu cabeza, y notabas el nerviosismo en sus gestos. Unos cuantos pasos más y viste la razón por la que actuaban tan extraños. Unos cuantos pasos más, y viste algo oscuro tirado en medio de una calle. Te acercaste, con tus padres detrás de ti, notando la palma de la mano de tu madre sobre la superficie plana de tu espalda, reconfortándote incluso antes de que tú entendieras qué pasaba. Te agachaste y lo viste: tu gata muerta con el collar que tú le compraste no hacía tanto, no había duda de que era ella.
Y entonces, ocho años después, es cuando recuerdas con rabia y demasiada tristeza la sangre, la mirada asustada de tus padres, el tacto reconfortante de tu madre... Y, si te concentras un poco más, puedes sentir justo ahora el escozor de las lágrimas en tus ojos, y como éstas resbalan por tu cara hasta caer sobre la almohada. Como cada noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario