martes, 17 de noviembre de 2015

¡Qué frío!

¡Qué frío! Te temblaban hasta los dedos de los pies, casi ni sentías las manos. Mirabas a tu alrededor; todo eran risas y felicidad, no sabías dónde ibais y, sinceramente, tampoco te importaba. De pronto una repentina lluvia os empapó, tus amigos echaron a correr y tú fuiste detrás. Entonces, uno de ellos te esperó; cuando lograste alcanzarle, agarraste su brazo sin parar de correr bajo esa lluvia, que cada vez caía con más fuerza. De repente, la poca sensibilidad de tus congeladas manos notó como otra mano, igual de fría, entrelazaba sus dedos con los tuyos. En ese momento desapareció el frío, el cansancio, hasta la lluvia pareció cesar por un momento solo para dejar al cielo ver como le mirabas. 

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