lunes, 2 de noviembre de 2015

Una tarde bajo los cerezos

En alguna nublada tarde perezosa de octubre, tú estabas con tus amigos en frente del hospital de la ciudad. Estabais hablando de cualquier cosa, mientras los minutos pasaban sin avisar nunca, llevando la velocidad más alta jamás registrada. Cansada de estar tanto tiempo en pie, sugeriste ir hacia una parte un tanto alejada donde había hierba y unos cuantos cerezos. Los tres caminasteis ahí y os sentasteis formando una especie de pequeño triángulo. Quizá había una ligera brisa dejando escapar algunos cabellos rebeldes y dando un ligero rubor a tus mejillas. Estaba oscureciendo y las luces de la ciudad ya estaban brillando tenuemente. Después de acomodarnos completamente en la hierba hablasteis un rato sobre nada en concreto y de todo a la vez, cuando uno de tus amigos sacó la viola de su estuche y la acomodó en su regazo a modo de guitarra. Los tres reísteis y él comenzó a tocar una melodía cualquiera, pero conocida para vosotros de modo que comenzasteis a cantar, mientras cada uno de vosotros recordaba en silencio viejos tiempos en los que esa melodía era nueva y tocada; escuchada. Si cualquiera mirara desde fuera, vería a tres compañeros, tres amigos que se conocieron sin quererlo y se hicieron necesarios para el otro. Vería a tres personas bajo los cerezos, sentados en la hierba en frente del hospital, tocando la viola, cantando y riendo, mientras los últimos rayos de sol les alumbraban. Probablemente fuera el mejor momento de tu vida, o de esas cosas que no tienen importancia pero son uno de esos recuerdos que siempre tendrás, de esos que no se olvidan sin ninguna explicación. Y muchas veces te decías a ti misma, ojalá esea nublada perezosa tarde de octubre, volviera a repetirse. Pero, pensándolo bien, si se repitiese no tendría el mismo valor que tiene un recuerdo vivido una sola vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario